Nuestro propósito común

Conclusión

La oportunidad de participar de lleno en nuestra democracia constitu­cional es, en palabras de Martin Luther King Jr., la ocasión oportuna para consu­­­marnos plenamente. La mejor esperanza de que nos sintamos realizados como seres humanos radica en apoyar y fomentar el sistema político que se nos ha legado: nuestra democracia constitucional.

Sin embargo, los vínculos que tenemos unos con otros son frágiles. Las instituciones que deberían ser el instrumento de nuestra libertad y la fuente de nuestra protección parecen estar fallándonos. No confiamos en ellas; no confiamos en los demás. Atemorizados y preocupados por nuestras propias perspectivas, nos enfrentamos los unos a los otros. Dejamos a nuestra democracia constitucional sin el alimento que necesita, y les cerramos el corazón a nuestros conciudadanos.

¿Por qué volveríamos a ofrecerles nuestras energías a los demás? No sería para reconstruir la república como la conocimos ni para restaurar una edad dorada. En nuestra esfera pública abundan los desacuerdos, en gran medida porque algunas voces que antes se excluyeron ahora participan en el debate. En este sentido, el clamor y el choque de nuestras contiendas son una victoria. Nos hemos convertido en un pueblo más fuerte, en un pueblo más amplio y a veces contradictorio, y por lo tanto también nos hemos vuelto un pueblo más ingenioso. Lo que queda por resolver es si podemos dar con la manera de hacernos concesiones mutuas para poder engendrar un sentido de destino compartido.

Para hacernos concesiones mutuas, precisamos de instituciones funcionales que nos permitan tomar decisiones juntos. Podemos emprender esta labor ahora, entre todos. Pero al mismo tiempo, también debemos suscitar un espíritu de responsabilidad mutua en la vida cívica, una humildad que nos rehumanice. Nuestras instituciones y nuestras normas solo prosperarán si recordamos que la democracia, cuando funciona, no es una batalla cuya meta sea aniquilar al enemigo. Es, si funciona, un juego de repetición infinita en el que se incluye cada vez a más participantes. Por lo tanto, debemos recordar cómo se trabaja en equipo —incluso con aquellos a quienes podríamos querer demonizar o ningunear— si queremos lograr la reinvención que se requiere.

No tenemos tiempo que perder. Nuestra democracia constitucional es tan fuerte y resistente como nuestra fe en ella. Por amor a la libertad y a la igualdad, por amor a la patria, por amor al prójimo y por la esperanza de un futuro mejor, tenemos que recuperar lo que nos une. Si nos volvemos a mirar unos a otros, podemos transformar nuestras instituciones. Podemos renovar nuestra Constitución. Podemos elevar nuestra cultura. Podemos lograr por fin una democracia verdadera.